Siete y media de la mañana de un sábado cualquiera (este pasado…por ponerlo fácil…). La que suscribe lleva ya más de 24 horitas en pie. El Sr. Morfeo lleva acechando un par de horas cada vez con más fuerza. Definitivamente, tras haber terminado con todas y cada una de las reservas de fuerza que encontré escondidas a lo largo y ancho de mi cuerpecito, había llegado un momento en que ya no podía (ni quería, seamos sinceros…) mantener los párpados levantados.
Nos acababan de echar de la última discoteca en la que habíamos estado, (Explicación: Echar= Encender las luces) por cansinos…que yo tenía sueño, pero la cara del portero cuando vino a pedirnos que nos fuéramos por enésima vez, pedía a gritos que alguien le indujera un coma hasta el año que viene, por lo menos…
Por suerte para mí, la discusión entre mis amigos acerca de a qué after ir, no llegó a buen puerto. Así que, cada uno para su casa y el Sr. Morfeo conmigo.
También por suerte para mi, mi nene y yo habíamos ido hasta allí en coche (de lo contrario nos esperaría un hora de pateo o, en su defecto, otra hora esperando que algún taxi se quedara libre y tuviera la condescendencia de rescatarnos del paseo).
De camino al coche, él venga hablar y yo venga pegar cabezazos. Éramos una adivinanza andante: “¿quién se ha levantado a las siete y quien a las 12??? ¡Que alegría, que alboroto, para quien acierte un perrito pilotoooo!”
Por fin llegamos al coche. Me siento en el lado del copiloto. Mi nene al volante. El Sr. Morfeo atrás. Cinturón. Ventanilla abajo. Codo apoyado en la ventilla. Cabeza apoyada en la mano. Posición perfectamente cómoda. Bien. Cierro los ojos y me dispongo a sumergirme directamente en la fase rem…sin preámbulos ni historias, que no estamos para tonterías ¿verdad, Sr. Morfeo??
Escucho el motor del coche. No me perturba.
Maniobra marcha atrás. No me perturba.
Sonidito del intermitente. No me perturba.
Una mano me agarra el brazo desde la calle. No me perturrr….. ¡Que coñeeee! ¡Claro que me perturba! ¡Menudo susto! Que no me quedé en el sitio porque estaba tan cansada que ni mi corazoncito tenía fuerzas para infartarse, que sinoooo…
Abro los ojos ipso facto y me encuentro a un tipo mirándome fijamente desde el otro lado de la ventanilla (Nota: Recordemos que la ventanilla estaba bajadaaaaaa!) con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Te conozco??? …Mmm…No, no te conozco… No te conozco….¡Nene no le conozcoooooooo!!
(Algo así farfullé, pero no recuerdo exactamente el orden de las palabras…)
- No, no, no me conoces...lo siento ¿te he asustado???
“:S Nooooo, que bah, hombre! He saltado del sillón y me he pegado al techo cual chicle porque es una práctica muy sana que suelo practicar a diario, no te jod…..”
- Es queeee, veréis, voy con dos amigos - sigo con la vista su dedo, que señala a otro chaval y a una chiquilla que esperan expectantes unos tres metros detrás de él – Y no somos de aquí…hemos preguntado cómo volver al hostal y nos dicen que nos queda más de una hora andando…Y, no sé, si os pillara de paso, pueeeesss….
Cortó en seco y me volvió a mirar fijamente. Yo, sólo acerté a murmurar un tímido: “No sé….” Y me giré enseguida hacia mi nene interrogándole con la mirada. Él le preguntó a dónde iban exactamente, y al volverme para escuchar su respuesta el tipo aquel ya no estaba en la ventanilla…estaba abriendo la puerta de atrás! Y los otros dos, venían corriendo hacia el coche. Momento rezo interno: “Por favor, Señor, que sean buena gente, que sean buena gente, que sean buena gente…”.
(Consejo: cuando os subáis al coche…¡Echad los seguros de TODAS las puertas!)
Se acoplaron en el asiento de atrás mientras mi nene y yo les mirábamos atónitos. Y una vez estuvieron bien cómodos, el tipo de la ventanilla contestó a la pregunta:
- Dejadnos dónde vayáis vosotros, que seguro está más cerca que esto…
Algo confuso, mi nene quitó el freno de mano y salimos de allí con los tres personajillos ocupa coches en el asiento trasero.
Por supuesto, el Sr. Morfeo tuvo que apearse para ceder su sitio, puesto que los cuatro no cabían…y, en consecuencia, todo mi cansancio se esfumó y abrí los ojos cual lechuza.
Durante el trayecto, comprobé que mis rezos internos habían surtido efecto, y en verdad eran buena gente. Eran de Barcelona y les costó un poquillo explicarnos dónde narices estaban alojados, pero finalmente, más o menos, les dejamos al lado.
Lo cierto es que resultaron ser bastante simpáticos los tres, e incluso nos regalaron un paquete de tabaco cuando nos escucharon comentar entre nosotros que se nos había acabado. Simplemente resultaron ser unos chavalillos perdidos que le echaron morro a la situación.
Al día siguiente, pensándolo fríamente, me di cuenta de la poca capacidad de reacción que tengo (ejem…tenemos…los dos!) ante el factor sorpresa. Malo, malo…